La paz llegará, mas de ella nacerá la armonía o la entropía; No sabría precisar.

- Oráculo en-Vec -

lunes, 1 de junio de 2015

Recodatorio

Siento la imperiosa necesidad de dejar esto en algún lado. Éste es mi rincón. 


Nunca te avergüences de la sensibilidad que hay en ti. Nunca.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Otro bus


Esto no es nada, solo un ensueño tonto o un cuento fugaz.

Me he montado en el bus, cediendo el paso a un anciano y saludando al conductor rechoncho que parecía de buen humor. Me he sentado al fondo y me he puesto, como suelo cuando me acuerdo, a recapitular el día. Se abren las puertas y entra una chica pelirroja, cómo no Salva... Levanto algo la cabeza y vuelta a empezar, aunque reconozco que ya había empezado a olvidar la sensación de vértigo inicial. El tiempo se ralentiza mientras ella sube ligeramente las pestañas, va por la mitad y yo ya voy por el primer k.o técnico de la noche. Dibuja una media sonrisa y avanza bajando los ojos de nuevo. Se sienta en diagonal enfrente de mi dándome la espalda, pasan tres segundos en los que no he conseguido apartar la mirada y ella gira la cabeza pillándome desprevenido. Sin despeinarse me hecha un vistazo rápido sin mucho disimulo.

En este punto ya me supongo la cara de tonto pero mi cerebro ha tomado una resolución: “Si baja en tu parada le hablas, promételo.”

“- Prometido”.

En unos minutos configuro una brutalmente complicada estrategia: Si baja se lo confieso.

“-Esto, perdona... -supongo que soltar aire por eso de no morir antes de hablar- Me he prometido que si bajabas en mi parada te hablaba.”

Silencio y discretamente comprobar si sonríe.

“-Te confieso -mentiría- que el plan llegaba hasta aquí; ya sabes si te bajas te hablo.”

Segunda comprobación y cruce de dedos.

“-¿Me das algo de tiempo? Yo qué sé, ahora me he puesto nervioso... ¿un café esta semana? Soy un tipo lento pero te juro que para entonces lo saco.”

Rezar. A la desesperada.


Con el corazón más rápido de lo que me gustaría reconocer y soltando aire poquito a poco me levanto y pico la parada. Me espero a que el bus aminore y ella me mira por última vez desde su asiento.


Por desgracia esto no es nada; Solo un cuento fugaz o un tonto ensueño.


martes, 7 de abril de 2015

El brindis


Este es el interminable brindis que nunca supe proclamar. El que apenas alguna vez me he atrevido a empezar a balbucear en alto.


¡Por mis amigos!

Por aquellos que me han visto reír hasta perder el aliento, los que en cada risotada sin aire, apenas intuyéndolo, me daban pequeños tirones para que volviera al lado de los vivos.

Por los que me han visto llorar, por los que han aguantado estoicos esa lágrima que se llevaba mejilla abajo la última gota de esperanza que me quedaba. Por los que han estado cuando no sabiendo pronunciar ni una palabra, volvían a verme llorar pero ahora de genuina felicidad.

Por los que se quedaron a mi lado sin decir una palabra esperando que la tormenta no me arrastrara con ella. Por los que supieron disparar más de cien consejos por minuto para no dejarme pensar en el vórtice de hechos que me rodeaba.

Por los que con un porro, una cerveza y una sonrisa me enseñaron a arreglar el mundo por muy mal que este se empeñara en estar.

Por todos los que con cada miserable victoria que alcanzaba la celebraban como se celebra el fin de una guerra.

Por los que, a fin de cuentas, cuando todo se esfuerza en irse a la mierda de nuevo se acercan y arriman el hombro formando un muro y, como si su nobleza no fuera con ellos, te cuentan un nuevo cuento que te hace reír. Y lo hacen solo para demostrarte que con amigos uno puede ser capaz de reír sea cual sea el infierno que le rodee. Qué putos…


Por mis amigos, mis supervivientes.


domingo, 23 de noviembre de 2014

La purga


Y aquí estoy, sentado en mi escritorio, seleccionando una de esas listas hechas para arrancarte el corazón a cucharaditas y respirando pausadamente; Sé en mis entrañas que he empezado de nuevo la purga.

Sé que esto de “la purga” puede sonar extraño o confuso pero es algo muy sencillo. Hay semanas, meses, incluso años, mejores o peores; hasta aquí todos de acuerdo. Cuando los días malos se suceden hay un momento en que mis percepciones, mi manera de pensar, de resolver situaciones o de responder a la gente se enrarecen. De repente todo pasa por un prisma mucho más oscuro y viciado. No solo éso sino que de manera totalmente inesperada pierdo de vista los motivos por los cuales vivo. Sí, así de desastroso. Es como si un velo negro me cubriera los ojos y de repente las cosas que me rodean pasan a resultarme menos interesantes, me preocupan menos mis amistades y mi futuro no es tan importante como supongo la mayoría de días.

Así que me siento y me purgo. Cada purga es distinta, cada una drena esa viscosa oscuridad infiltrada en mi y cada una lo hace de manera distinta...

Algunas son sencillamente un torrente de lágrimas y palabras dirigidas a todos aquellos que, de improviso, me acuerdo que echo desesperadamente de menos. Es como si en cada lloro atragantado que cae en el papel hiciera que la tinta se corriera también hasta difuminar el dolor de su ausencia.

Algunas son puras llamaradas de ira y frustración. Son garabatos en un papel que no resiste y queda rasgado junto a las dos páginas que van debajo. En cada tajo de tinta se desvanece algo de rabia y es suplantada por mi habitual tranquilidad.

Algunas son más alquitrán que tinta y más aceite de motor de camión que carboncillo de lápiz. Son todo lo podrido en mi. Por suerte al tocar papel su toxicidad queda atrapada.

Algunas son solo una escritura lenta, una letanía cansada y gris reflejo de en lo que, por momentos, se convierte mi vida. Cada palabra ata ese cansancio al papel y me devuelve, poco a poco, distintos tonos de color a la realidad.

Y una de ellas es justamente ésta; mi purga número infinito menos uno; una sencilla explicación.

Todo ésto os lo cuento porque llevo una semana de mierda. Una de ésas en que todo va un segundo por delante y un centímetro hacia el lado; nada está en su sitio y todo acaba por irritarte.
Llegaba el viernes y ya notaba las raíces negras haciéndose hueco en los recovecos más vulnerables de mi cabeza y, de la nada, me encontré hablando con una joven, la cual en dos frases y una sonrisa supo resumir aquello en que yo llevaba tanto tiempo pensando: “Hay dos clases de personas: Las que complican las cosas y las que las simplifican y tengo la impresión de que tú estás en el segundo grupo” dijo sin perder esa mirada risueña del que se sabe conocedor de una Verdad más del mundo.

Así que lo entendí: Cuando estoy mal escribo. Y escribo como me siento. En esta ocasión creo que me he entendido suficiente y de manera lo bastante simple como para poder contároslo. Ya me siento mejor y con un poco de suerte el leer esto ayudará a alguien.

Así de simple y nada más.


Gracias por pasar conmigo esta purga.

martes, 8 de julio de 2014

Suicidio (el que quiera entender, que entienda)


Para bien o para mal soy más rápido o voy a más revoluciones que la mayoría y, por lo general, es esa velocidad la que me permite llegar a los problemas antes.

Entiendo que ésto es positivo.

Una de las principales contrapartidas es que anticipo, y disfruto en cierta medida, el placer que está por llegar. Esto me posiciona a kilometros de distancia de la otra persona y lo que al principio me acercó a ella acaba por alejarnos.


Puta prisa.



Aclaraciones de una vida más; Parte I.

sábado, 25 de enero de 2014

¿Qué ves?


Hoy he salido a la calle con el Gordo, el perro de la casa. Íbamos andando y creo que los dos a la vez nos hemos dado cuenta, cada cual a su manera, del brillo especial que contenía el día. Es algo muy sutil que no sé si soy capaz de explicar... es, intuyo, un manto de luz que embellece al mundo; Él, animado, miraba a su alrededor en busca de compañeros de fatigas perrunas y ocasionalmente, como quien le hace un favor a la vida, soltaba un meo con displicencia. Yo, por mi parte, ya empezaba a tener claro que al dejar a nuestro temible can en casa volvería a la calle para disfrutar de un segundo paseo.


Saliendo de casa he decidido ponerme mis gafas de ver de cerca. Como todos, y sin tener nada que ver con problemas de la vista, tengo un cajón con gafas; Las de analizar cabezas ajenas, las de ver venir los problemas de lejos, las de ensombrecer el mundo y las de ver de cerca.


Al pisar la calle no tenía una ruta fija, pero sí la idea clara de querer ver, limpia y sencillamente, el mundo.


Veo, me decía, un centenar de caras apagadas, abatidas por la erosión del tiempo y el esfuerzo, inalcanzable, de intentar vencerlo. Son caras llenas de golpes, arañazos y dolor, pero si te acercas un poco más, en algunas, puedes ver una brecha en esos rostros grises, la brecha en forma de sonrisa translucida y fugaz que le cuenta, a los que quieran ver, que aun no se han dado por vencidos.


Veo personas feas cambiar las cartas de su mano a golpe de palabra y ganar partidas en un parpadeo. Veo, también, bellezas abrir la boca y desmoronar, sílaba a sílaba, la obra de arte que han hecho de sus cuerpos


Veo tres destellos de sonrisa y un haz de carcajada.


Veo como dos amantes se venden humo a granel, cimentando, así, un precioso adosado en el aire.


Veo la suerte escaparse de los zapatos nuevos de un niño y abandonarlo a un planchazo que obtiene la máxima puntuación en las clasificatorias de los juegos olímpicos infantiles que acontecen el año que viene en Venecia.


Veo a un joven marroquí coger en brazos a su hermana pequeña que, ahora que un superhéroe le ayuda, roza con sus pequeños dedos el techo del cielo.


Veo una mujer llorar en medio de sus sombras y me doy cuenta que aun no ha visto la planta de intenso color verde que está haciendo crecer gracias a sus lágrimas y a un dolor oscuro que ya no le pertenece.


Veo un padre que empujando el cochecito le canta a su hijo: -”Veo, veo...”, éste empieza a mirar con avidez a su alrededor y, por sorpresa y quedándome sin aire, me veo reflejado en ese pequeño aprendiz de observador.




Volviendo a casa me planteo qué quizá, visto lo visto, nadie vea el mundo como lo veo yo.


lunes, 6 de enero de 2014

De soledades y reencuentros


Hoy echaba de menos a alguien y echándole de menos, echándole de menos me he preguntado...

¿Cuánta gente se siente sola?
¿Cómo sobreviven a la soledad?
¿Cómo lo hacen para conocer a otros como ellos?
¿Se olvidarán de lo sufrido cuando encuentren a alguien?
¿En el caso de olvidarse... está eso bien?

Entre este torbellino de cavilaciones andaba yo bajando la pacifica calle Huertas dirección al Retiro. A sido en ese instante en que me ha asaltado una punzada de vergüenza: “¡Hostias, me siento solo!”.
He bajado un poco la cabeza, me he arrebujado en mi anorac y he empezado a subir la cuesta que me llevaba al parque mientras me preguntaba el porqué de ese sentimiento de vergüenza. La respuesta ha ido, como acostumbra, saliendo sola a la vez que me adentraba en los caminos de árboles desnudos.
He sentido vergüenza porqué al andar solo inducía a pensar a los que paseaban a mi alrededor que yo no tenía nadie con quien ir, que no tenía la capacidad o el atractivo para rodearme de gente con la que compartirme. En este punto no he tenido más opción que sonreír aliviado. Esto sí que lo sé hacer.

He seguido rumiando sobre cuando fue la última vez que me sentí así. De eso ya hace algún tiempo, pero en esa ocasión fue una decisión meditada y cargada de ira. Lo que no esperaba, esa vez, era encontrarme con paz al alejarme del mundo. Es sorprendente lo mucho que aprende uno cuando empieza a escuchar pausadamente lo que lleva media vida gritándose.
Otra vez sonrojado me he dado cuenta que ya había aprendido sobre la soledad y a estar solo pero había olvidado sus diferencias. Y peor aún, había olvidado la necesidad que sentía en hablar un rato conmigo mismo.

Creo que lo había olvidado, sin darme cuenta, al unirme al rechazo infundado que siente la gente por la soledad. Sí, infundado. Y es que hay tipos y tipos de soledad; obviamente algunos son negativos pero hay que ser un poco obtuso para no comprender que, bien entendida y en su justa medida, es fuente de liberación y tranquilidad.
Es increíble, me decía mientras me internaba en los caminos y recovecos del parque, como la gente, discretamente, condena la soledad. Como la apartan como si de la peste se tratara... Quizá no quieran a admitir, me decía, que en su vida también existe. ¿Por qué le tienen tanto miedo entonces? ¿Tan desconocida o inexplorada es para ellos? ¿Hará falta valor real para salir a la calle solo, sin esperar encontrarse con nadie?

Entre preguntas y andares he llegado a la salida del recinto, la cual he decidido que serviría también como punto final para mis reflexiones del día. 

Y es que supongo que hoy echando de menos a alguien he acabado encontrádome de nuevo. Así que solo he podido añadir un mudo y sosegado:

- Váyase, está cerrado, no nos quedan réquiems para los que se fueron.